miércoles, 9 de junio de 2021
martes, 19 de enero de 2021
Cuentos de los niños campesinos :
1.- La vaquilla Florinda:
Tropezó la vaca lechera en el tranco del corral. Un ratón que andaba por allí quiso ayudarla, con maña a levantarse. Le estiró las pezuñas delanteras y la movió con ahínco para que pudiera serenarse en la puerta estrecha, mitad cuerpo fuera, mitad cuerpo dentro. Vino la oveja a lamerla para tranquilizarla y le susurró al oído: “Vaquita, vaquita, el ternero retoza por el prado, no tengas temor de estar en el suelo, que pronto te levantarás, tu hijo es independiente y libre, no te necesita para ir a comer a la hierba verde y tierna, así que no te preocupes, vamos a esperar al vaquero para que te solucione el problema de tu accidente. No llores, eres la vaca Florinda, la que más leche da del Condado, todos los animalitos en la granja te aman, y no quieren verte sufrir”. Munnn, muak, muunn, …..contestó el animal con la cara dando en el suelo, y el rabo encogido, apretando e intentando hacer fuerza para levantarse.
La mula tiraba del ronzal que tenía atado a la cabeza para hacer fuerza, mientras relinchaba. El esternón parecía romperse del esfuerzo tiránico, para tratar de arrastrarla y a la retranca estirar las patas traseras. Hizo un intento, volvió a tomar carrerilla, forzar a Florinda, apalancándose esta vez sobre la tirada de la caballería, que con las extremidades en tensión, el cuerpo echado hacia delante, terso el cuello, y lomo erguido arreaba imponente, como si se tratara de una cadena a la que enganchada estaba, con la energía de un cuadrúpedo. Envalentonada, impertérrita, desbocada e ilusionada por ayudar a su compañera de establo. Florinda al ver el tesón con que trataba de hacer todo lo posible por tirar de ella, trató de apoyarse lo máximo, y con lenta agonía se incorporó sobre los cuatro perniles que sostenían el enorme tronco. La acémila dando un tirón la enganchó bien, acertó en el empuje, y sosteniendo la masa osea tembló, nerviosa, hasta ponerla en pie, afirmándose en la pared.
Todos los animalitos asomados empezaron a aplaudir, socarrona y mansa adelantó la zanca, y levantando los remos salió al exterior. El sol mañanero iluminaba los ojos y su piel de pelo. Las gallinas picoteaban distraídas hasta ese momento, que le dejaron el paso expedito, en la explanada frente al portón de la entrada. ¡ Hurra, hurra, los pollos piaban:en el estercolero, la res bovina sale de la corraliza a pasear !
2.- Enredado el rayo lunar
Se ha enredado la luna en una zarza, nadie la puede desenredar. Ha bajado una estrella a desenmarañarla, la impasible luz sigue alumbrando hasta el suelo, hasta las sombras donde nadie puede entrar. Solicita una rana que hay cerca quiere averiguar qué pasa. Se mueve, anda, ronea, canta, mira suave la estrella desperdigada, caída sobre el zorzal verde, bajo el chopo grande.. La luciérnaga asoma, es de noche, quiere auxiliar, espera, trepa intranquila, imperceptible si no fuera por la lucecita pegada a ella. Se ha despertado el ruiseñor que al ver el accidente chequea : “ Qué ocurre !, se sube al árbol más alto y canta asustadizo al ver aquella reunión que no le mola nada, por la hora que es, pero entiende que es cosa de los astros, del firmamento, y piensa que él no entiende de luces tránsfugas,.....
La rana cloa en la charca, viendo el espectáculo que acaece encima de ella en un enredó mayúsculo, ufano, desesperado, sin solución aparente, pero irritante en aquel escaparate lunero. El búho pía, es la fiesta nocturna, es el verano que llega, junio en armonía. El rayo del satélite descansa, enmarañado, sujeto, como si fuera un chinche en el pelo en la espesura del matorral. Pasa un labrador y pregunta: ¡Qué pasa ! . La estrellita responde : “ He venido a socorrer a mi hermana astro, que acampa en estas campiñas parcas y sobrias que está embarullada en la masa vegetal, tan liada que necesita ayuda para desliarse. Ayúdame hortelano, préstame una escalera para subir al veedor de las ramas, para así trepar mejor” !
Rápido trae una escalera el agricultor y allí sube el caracol, por si echar una mano pudiera. Acude hasta el niño del labriego, corriendo en pijama, sorprendido con el susto en el cuerpo y le dice al lucero: “ Ven, baja, tu amiga lunera está en apuros ! El lucero baja corriendo, templado, corriendo para intervenir, cogiendo los brazos del planeta, levanta despacio los rayos volátiles, para despejar la enredadera del breñal . Todos los convocados se alegran al deshacer el entuerto, y lo celebran. Se ponen a cantar al ver el rayo lunar libre, retozando en las huertas colindantes. Hasta el ratón corretea contento en la hierba, distraído, sonámbulo, huidizo, convertido ya en vigía.
José F. García
lunes, 18 de enero de 2021
Cuentos: infantiles
1.- Jugando a las bolas.
En un cortijo lejano en el campo, perdido en las montañas, dos niños hermanos jugaban a las bolas, canicas de cristal pequeñas, coloreadas, tan aficionados eran que habían adquirido una puntería tremenda, extraordinaria. Desde lejos, apuntaban al rival que le daban unos cascañetazos, que la mandaban al hoyo directamente,. En el juego eran uno contra el otro, a ver el que ganaba. Habían depurado su estilo, refinado, ensayado, de modo que ningún niño del colegio osaba jugar con ellos, porque sabían que perdían, pero algunos se animaban desafiantes al enfrentamiento en las partidas. Crujían con un sonido seco, acristalado, en el choque, tenían tal tino que casi siempre acertaban a darle, si no era de lleno, de refilón. En ocasiones después de la escuela se liaba la gresca con los compañeros, pero se acababa empezando de nuevo el juego. Era su pasatiempos favorito, además de la perinola o peonza que habían adquirido tanta destreza en tirarla con fuerza al suelo, liada en su hilo, que se desliaba con tal soltura, que giraba y giraba hasta que perdía el equilibrio y se inclinaba, hasta pararse. Los compañeros se agolpaban para verla dar vueltas. Los muchachos eran desenvueltos en aquellas lides, pues trabajaban con sus padres en las faenas del campo, y tenían mucha fuerza en los brazos. Al fútbol no se desenvolvían tan bien, su lema era a patada limpia, que no pasara el balón bajo ningún concepto, así que atropelladamente con la marrullería más sucia, atacaban al contrincante, para desbaratar la jugada. No tenían miedo alguno, ni les importaba perder el partido, tenían mucho desparpajo en las piernas, y jugaban por divertirse. A los porteros rivales los tenían asustados por los trallazos que tiraban a portería, sin compasión ni miramientos. Los hermanos eran resueltos, vivaces, seguros de si mismos, determinantes, decididos, y sin complejos.
2.-Saltando a la comba.
Una niña jugaba a la comba con sus amigas en una tarde cualquiera en el anchurón que había delante de la aldea, un caserío blanco donde los niños se reunían para los juegos al aire libre. Toda una devota práctica que los envolvía en risotadas, carcajadas, y ritmo, con una acción a prueba de una actividad frenética, pues jugaban hasta que les quedaban fuerzas y se cansaban. Con cánticos acompasados con estribillos pegadizos, con saltos rápidos, seguidos, mientras las otras chicas daban vueltas a la soga, una cogida de cada extremo, con la velocidad que daba al girarla, unas veces más, otras menos. Se ataban el pelo, se subían la falda para que las piernas estuvieran ágiles y veloces, y las zapatillas bien atadas para que los cordones no estorbarán. Algunas tenían músculos y fibra, con una resistencia a prueba de salto, se movían con una gracia sincronizada, con la que saltaban sin descanso largo rato. Con extremidades larguiruchas y delgadas, movían sus cuerpecitos con tanta precisión bajo los cabos de la soga que combaban las dos amigas, con un frenesí tal, que no descansaban. Se concentraban de tal manera que no fallaban con los pies, dando saltitos para que la cuerda pasara libre por debajo de ellas. Muchas llevaban pantalones, porque después jugaban a la rayuela, y había que manejar el tejo con soltura, y mantener el equilibrio tan bien como fuera posible a la pata coja. “Tiro por que me toca”, seguían diciendo contemplativas y observadoras del cuadro, donde caía la piedra que arrastraban con la zapatilla, de cuadro en cuadro que habían dibujado sobre la tierra, Era tanta la experiencia de las más avezadas, que les ganaban a las demás; y cuando las perdedoras se aburrían , desanimadas terminaban la jugada. Siempre había una que otra que destacaba sobre las demás. Las más gorditas no solían estar a la altura y aguantaban como podían el envite, al que decidían las demás jugarse el tiempo libre que tenían. Se daban cita todos los días después del horario escolar. Una escuela rural alejada del mundanal ruido en una villa de menos de ochocientos habitantes.
José F. García