Mis paseos por Córdoba
Subiendo calle arriba por la calle Juan Rufo, se cruza la calle Alfaros, se sube entonces por la Cuesta del Bailio,por los escalones suaves que suben hacía arriba,donde encontramos una fuente de mármol oscuro, por donde sale un chorrillo de agua penetrante y cálido, una fuente compuesta de nácar y belleza pulida donde resbala el sol, como si fuera un brillante. Esta fuente viste mucho el entorno, por que es muy austero,acompañado de dos paredes altas, muy blancas, una a cada lado de las escaleras. Aquí hubo un espectáculo flamenco el día de la noche blanca del flamenco,un canto de saetas que ensayaron al ponerse el sol, con una melancolía excelsa y un carraspeo profundo, que entonaban con un torrente de voz que saltaba escaleras abajo torrencialmente, retumbando en los balcones,entre las tapias elevadas y un patio celestial que hay, detrás de una de ellas,donde hay sembrada una buganvilla que trepa por encima de la tapia, con un color rojo vivo en sus flores, que cuelgan por la pared como un tapiz colgando en un salón-comedor. Aquellas flores en la primavera le dan la bienvenida al viajero que se siente radiante cuando pasa por allí al observarlas,ante tanta expresividad chorreando por encima de la blancura, tan fresca y explosiva. En frente hay una biblioteca exclusiva, con textos antiguos hispanoárabes y judíos, donde la Red de Juderias de España, celebra muy completas exposiciones en septiembre. Una vez que subimos las escaleras, a la derecha sale un callejón, que va a dar a la Plaza de Capuchinos, popularmente conocida como la plaza del Cristo de los Faroles, por la estatua de mármol del Cristo de los Faroles que hay en el centro,muy conocida por las postales que existen de este monumento. Es una plaza austera y sobria muy amplia, cerrada casi por dos edificios emblemáticos que la rodean: un convento, con un bonito jardín en su interior, que un día visité, en una noche de invierno, cuyo alumbrado hacía del lugar, junto a toda la arboleda y plantas un lugar encantador,cuyos cipreses altos se ven desde fuera, o sea desde la plaza, y que causan una impresión de cercanía, entre el pavimento de guijarros alineados que cubren el enlosado. El contraste con el cielo azul es inmenso. En aquella plaza, aunque uno este solo, no hay sensación de soledad, porque es paso frecuente de peregrinos, de gente que cuando por allí pasa se recrea,disfruta de pasar por aquel lugar,el silencio es como una compañía,aquellas dos puertas solemnes, habitadas muchas veces, da sensación de compañía. Allí una noche cantaron el Coro Noches de mi Rivera, vestidos con sus capas negras,y sombrero cordobés, con sus guitarras y bandurrias, y sus voces brillantes, mientras la luna asomaba sus jirones en la noche cordobesa.
(continuara)
Córdoba,marzo,2011.José Francisco.
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