Córdoba
en agosto
La
noche cordobesa cae silenciosa en el barrio de San Agustín bajo una
luna inmensa, bajo un silencio notable en las callejas atemperado a
la mudez del ambiente. En la blancura de los callejones se
transparenta la luz del farol metálico. Por el pavimento de
guijarros los pasos se adelantan los unos a los otros, entre miradas
hacia el firmamento por donde las estrellas asoman mortecinas el
tintineo meticuloso, en medio de la oscuridad de la bóveda celeste.
Esquinas en penumbra, acerados de losas de granito, ventanas con
persianas bajadas, la ciudad descansa impertérrita. Duerme estoica
intramuros el sueño dulce de la urbe censada. Callejuelas desérticas
de vez en cuando interrumpidas por algún pequeño ruido, es como si
la vocación de esta barriada desembocara en la sencillez y el
acomodo a las costumbres, a la mimética sensación del aplomo de los
caseríos urbanos. La calle Reja de Don Gome como eje simétrico que
desdobla el grupo de casas hasta la famosa placeta, con balconadas y
rejas que dan al interior de las casonas como enseñas de un
verdadero reino vegetal que se cultiva en los arriates. Todo el
encaje de las fachadas eméritas, sucesivas como un auténtico
decorado arquitectónico en hilera hasta el Jardín de los Poetas,
encaje y reverberación de plantas. Fuentes y estanques luciendo en
los surtidores de gala la fuerza del agua al giro perpetuo de la
caída en el embalse, al soniquete del frescor que enjuaga y perdura
la masa acuífera. Dorsel de la muralla centenaria, color ocre de las
tapias bajo el fuego caluroso de agosto. Pinos y palmeras, naranjos y
rosales, setos y jazmines ente el césped de las zonas ajardinadas.
Colofón de un reino de la villa abierta, verde, califal de sombras
entre pasadizos y patinillos.
Dorada
hoy por el sol,
nacida
milenaria,
corpulenta
de belleza hasta los muros regios.
¡Oh!
torres magnéticas de siglos convertidas,
hasta
los arcos lustrosos del Puente Romano.
Perenne
sensualidad desde la Mezquita a la Calahorra,
premio
de artistas donde bulle el arte,
mística
contemplación que a los ojos se abre,
como
vergel de exóticas plantaciones.
Todo
el olimpismo de la alegría tras las cancelas
donde
los patios elegantes muestran el don y la hermosura.
El
sur cautivado junto al Guadalquivir
que
desde Villa del Río a Palma del Río
pasa
mansa la corriente entre naranjales y campiñas
saludando
la ribereña concordancia entre agrarias dehesas.
Feliz
en la semblanza y el perfil de las vegas apaisadas
por
donde la acequia cubre el regadío satisfactorio.
Inmensa
como la credibilidad de los limoneros exuberantes,
unidad
de las Españas en el centro de Andalucía.
En
el pentagrama de las guirnaldas que la atesoran,
preñada
de algarabía, sensibilidad y música.
José
Francisco